sábado, 6 de agosto de 2011

off topic: biocosmista



1855. Nicolai Fedorov, de Odessa, hijo bastardo de un noble, educado a medias por un tío que ya no está, huérfano de padre y madre, huérfano de toda familia en realidad, llega a Moscú. Tiene un background enciclopédico que le alcanza para emplearse como maestro y bibliotecario. En la ciudad conoce escritores; lee todo lo que tenga a tiro. Da conferencias. Con el tiempo, su fama corre. Dostoievski, Tolstoi acuden a escucharlo.
¿Qué dice? Explica que, tal como lo conocen, el mundo es injusto. Es preciso reformular la propiedad privada del tiempo: los muertos necesitan justicia, y los vivos encontrarle la vuelta a la eternidad, porque a fin de cuentas -no lo dice así, pero sí lo dice- nada de la energía vital se pierde. Si todo se transforma, ¿por qué no procurar una unidad universal de los cuerpos? A los viejos, la sangre de los jóvenes; a los jóvenes, la sangre de los viejos. Funda el partido de los biocosmistas.
Dominar la naturaleza y tener técnica es de tibios; él propone ganarle al Tiempo mismo. Tener el poder sobre los cuerpos es, también, tener poder sobre el cosmos.Cuando empieza tiene poco más de 30 años, y hace poco abandonó la Iglesia (Ortodoxa) porque le parece inmoral que la salvación pueda ser inmoral.
Cuando muere, en 1903, tiene 75 años y la frustración de no haber podido resucitar a nadie.
(Algo dejó. Alexander Bogdanov, bolchevique, cercano a Lenin, abre una clínica para aplicar las ideas de Fedorov a la Revolución: para alcanzarla más pronto, basta con intercambiar sangre entre revolucionarios y rusos del montón. De paso, aprovecha para infundirse -literalmente- sangre joven. Muere 123 transfusiones después).

Fedorov y su historia delirante, sobre la que no parece haber mucho material (lo único publicado son papeles compilados por sus alumnos) aparecen referidos en El Capital, la todavía más delirante película de 9 horas de Alexander Kluge, que todavía puede verse en Proa.

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